La insuficiencia cardiaca es una enfermedad crónica, ya que en la mayoría de los casos no tiene curación, por lo que los pacientes y sus familias deben aprender a convivir con ella.

La familia y/o los cuidadores juegan un papel muy importante en el tratamiento de la insuficiencia cardiaca. Por un lado sirven de soporte al paciente en su enfermedad, recordándole la medicación, acompañándole a las consultas médicas, etc. Por otro lado le prestan el necesario apoyo psíquico, emocional y social para que el paciente pueda afrontar la enfermedad en las mejores condiciones posibles.

En algunos casos se trata de pacientes de mediana edad que a consecuencia de un infarto de miocardio desarrollan insuficiencia cardiaca. Estos pacientes pasan a veces de estar “sanos” a tener una enfermedad invalidante, por lo que el impacto a nivel emocional y social puede ser muy importante. Es necesario que la familia comprenda y conozca la enfermedad, sus síntomas y las limitaciones a las que se va a ver sometido el paciente desde ese momento (disnea, astenia, hospitalizaciones repetidas…). Es normal que el paciente experimente sentimientos de frustración, ansiedad, depresión y otras alteraciones del estado de ánimo.

Además del tratamiento profesional cuando este sea necesario (psiquiatras y psicólogos clínicos), la familia desempeña un papel nuclear dada su cercanía al paciente. Es necesario que entiendan su situación especial, y le ayuden a acostumbrarse a las limitaciones físicas que pueda presentar. Con una adecuada rehabilitación cardiaca si es preciso y un ejercicio físico frecuente y progresivo podrá recuperar, al menos en parte (en algunos casos totalmente), la capacidad física que tenía previamente.

En los pacientes ancianos la edad supone un agravante importante para lograr una adecuada adaptación a las limitaciones impuestas por la insuficiencia cardiaca. En estos pacientes, habitualmente la capacidad de esfuerzo previa a la enfermedad es más limitada (artrosis, pérdida de masa muscular, etc.), por lo que la insuficiencia cardiaca puede acabar haciendo que el paciente deje de salir a la calle o de realizar su actividad diaria habitual. Esto es especialmente frecuente tras una hospitalización, pues durante la misma el paciente permanece inmovilizado durante un periodo de tiempo en ocasiones prolongado (a veces durante meses), por lo que pierde gran parte de la movilidad e incluso la capacidad de realizar actividades básicas de la vida diaria (asearse, comer sólo, vestirse, etc.). La familia o el cuidador principal debe esforzarse en procurar una recuperación física lenta pero progresiva, de forma que en ocasiones es posible una recuperación física completa.

Del mismo modo que para el paciente la insuficiencia cardiaca supone una nueva situación física, psíquica y social a la que debe adaptarse, la familia o el cuidador principal pueden experimentar una sobrecarga importante debido a sus nuevas responsabilidades. La educación es fundamental, tanto del paciente como de la familia, para que conozcan qué es la enfermedad, qué limitaciones produce, cuál es el tratamiento más eficaz, cómo puede colaborar el paciente en el cuidado de su propia enfermedad, etc.